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viernes, 17 de mayo de 2013

Escribir y amamantar ¿actividades clandestinas?


(Buenos Aires)

Hace pocos días buscaba un lugar tranquilo, en un bar, para escribir. Elegí  una mesa apartada porque no quería escuchar conversaciones de mesas cercanas que me distrajeran. Y me encontré con que el lugar más tranquilo y lejano del bar al que a veces voy estaba ocupado por una mujer con un bebé y otra mujer más grande. Esas tres personas estaban ahí, congregadas. Cuando me senté, las mujeres me dijeron desde la mesa que ocupaban: mire que la nena grita. Y sí, la beba empezó a dar pequeños grititos, no era un llanto, mientras las dos mujeres comían. No les hice caso, y me puse a escribir después de que el mozo me trajera un café. Después de unos minutos, cuando ya estaba inmersa en lo que escribía, la beba empezó a gritar más fuerte. La madre, una mujer  de unos treinta años, me pidió disculpas. Le contesté que no se preocupara, que yo había tenido hijos mucho más gritones y llorones que esa nena, aunque ya hacía años de eso.  Pero ella no llora, grita, me contestó la mujer. Entonces me di cuenta que me resultaría imposible seguir escribiendo porque la criatura gritaba muy fuerte, chillaba y era evidente que algo quería. Mientras las dos mujeres comían, la nena que era muy robusta empezó a zamarrear el coche donde estaba sentada, a moverlo y a enojarse. La madre dejó de comer, la levantó en brazos, y después se puso a amamantarla, con lo que la nena cambió el enojo por una cara de felicidad. Y sí, el amamantamiento da felicidad al bebe pero también a la madre, es una relación de amor, de nutrición, de placer, de una gran unión entre la madre y el niño. Yo también la viví con mis hijos. En ese momento comprendí por qué las dos mujeres habían buscado el lugar más tranquilo del  bar para sentarse a comer con la beba. Amamantar todavía es algo que en una gran ciudad puede avergonzar. No estamos en el campo ni en un pueblo apartado. Estamos en una ciudad donde hay millones de habitantes. Y en la ciudad, vivimos en el artificio, salvo en algunos lugares como parques y plazas o cercanos al río o a los bosques de Palermo o en algunos barrios más alejados.
Y también, cuando escribo en bares tengo la sensación de estar haciendo algo clandestino, algo que es un artificio dentro del artificio de la ciudad donde vivo, donde las palabras son significantes que saltan como pelotitas sobre una red y hay que atrapar los significados, algo por lo que tal vez se pregunten quienes miran a una mujer como yo escribir, sola en un bar.