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jueves, 14 de abril de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)



El pájaro parecía aliviado, se había ido esa mujer extraña para él y ahora estaba solo con su dueño, el señor Agustini. El señor Agustini también parecía aliviado, se había ido Mariana, la detective y también su mujer. Ahora sí podia izar tranquilo otra bandera en el mástil del barco  e invitar a unos cuantos amigos de otros barcos  a tomar algunas cervezas.
Las plumas del ave se veían brillantes, caminaba a sus anchas por la cubierta del barco y había logrado que el señor Agustini lo prefiriera a él en lugar del perro al que a veces llevaba.
El hombre había hecho planes para el fin de semana donde no incluía a su mujer. La mujer del señor Agustini lo sabía, aunque éste no lo sabía  y también había hecho planes.
Hacía tiempo que ella  interceptaba el correo electrónico  del señor Agustini y también las conversaciones telefónicas.
No era el amor por su marido el motivo de tal espionaje sino la cuenta bancaria y el patrimonio acumulado. 
Después de tantos años, la mujer del señor Agustini no estaba dispuesta a compartir nada con nadie. No dejaría que el señor Agustini ni ninguna amante ni ninguna otra mujer se llevaran un solo alfiler de su casa, ni un solo peso de la cuenta del hombre. Ella era quien había logrado que el señor Agustini despegara económicamente, ella era quien le había dado ideas que él había llevado a la práctica. Sinceramente, después de tantos años, nada le importaba más que el señor Agustini, esa criatura que ella había contribuido a crecer y a formar.

Ahora que la mujer del señor Agustini había conocido a Mariana en el barco, pensaba que tal vez sería una buena posibilidad hablar con ella y encargarle que vigilara a su marido. Tendría que ser una vigilancia discreta, a lo lejos, muy disimulada. Y así podría dormir de noche más tranquila, sin elucubrar esos crímenes imaginarios que tanto la desvelaban.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados  

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