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lunes, 28 de diciembre de 2009

Novela policial: Pájaros debajo de la piel y cerveza





La novela  policial de Araceli Otamendi Pájaros debajo de la piel y cerveza  ganó elPremio Fundación El Libro- Edenor, en el año 1994. en el concurso organizado en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. El premio fue la publicación del libro en la editorial Grupo Editor Latinoamericano. 
Fueron jurados María Esther de Miguel, Josefina Delgado y Luis Gregorich.
Ha recibido varias críticas en medios de la Argentina y del Exterior. Varias universidades del exterior se han ocupado y se ocupan de su estudio.




Críticas y comentarios a Pájaros debajo de la piel y cerveza:


Publicado en revista La Maga
“Como si se tratara de una versión adulta de aquella famosa colección Elige Tu Propia Aventura que tanto deleitaba a niños – y no tan niños – lectores, se puede entrar en esta primera novela de Araceli Otamendi por diversas puertas. Ganadora del concurso Edenor para escritores noveles 1994, Pájaros debajo de la piel y cerveza” es de ese modo, un policial no tan clásico (quizá la única manera de escribir un policial “argentino”), una lectura de los distintos costados de la realidad contemporánea, un fresco de la perspicacia y la chantada tan nacionales, una disparatada y sutilmente hilvanada sucesión de hechos curiosos plagados de humor, un muestrario de cruces narrativos. O mejor dicho, esta novela es la conjunción de todos esos elementos, a los cuales debe agregarse una prosa rápida, desprejuiciada, que lleva a los personajes a atravesar los límites de la historia. Otamendi arriesga en cada capìtulo, fuerza la relación autor-lector, y el resultado es un alucinante y sutil rompecabezas por saber quièn, en definitiva, està escribiendo la trama. Un mèrito que, en los tiempos de narrativa argentina que se viven, no es poco.
(La Maga, revista argentina)




El Universal de Panamá (periódico)




“En una trama policial desarrolla una prosa expectante con el alfabeto de todas las emociones. Su diseño tiene un extraño suspenso, introduciéndonos por caminos escarpados para descubrir quien mató a Silvie en un lejano pueblo de Alemania el cual posee un ritmo cíclico y monótono de los lugares donde nunca pasa nada.
La acción la sustenta con un erotismo ritual, los personajes sobreviven en un nauf ragio de soledades. Su estilo metafórico es singular por el acento de sus protagonistas, así nos asombran por sus penumbras vacías y oscuros silencios, caminan con pasos de pájaro y poseen ojos de lechuza, se zambullen traumáticamente en el viento y la desolación.
Araceli Otamendi con su melancólico relato busca las voces perdidas que le den sentido a la vida. Logra captar la atención del lector. Desde Panamá saludos su narrativa diferente, patética y humorística”.
Ricardo Arturo Ríos Torre (19-11-96)






Prólogo de Luis Gregorich a la novela policial "Pájaros debajo de la piel y cerveza", premio Fundaciòn El libro-Edenor 1994, en el marco de la XX Feria internacional del libro de Buenos Aires
“Los concursos literarios no siempre deparan placer a quienes forman parte de sus jurados. Tampoco es habitual la sensación de sorpresa, motivada por la aparición de nuevos talentos literarios, sobre todo cuando se trata de escritores inèditos, a menudo tanto o màs convencionales que los ya conocidos.
Ambas circunstancias auspiciosas se han dado en el concurso de novela organizado en forma conjunta – feliz asociación que esperamos tenga continuidad en el tiempo- por la Fundación El Libro y la empresa Edenor.
La obra premiada revela una madurez inesperada para quien aùn no ha publicado libro. No hay aquì vacilaciones de escritura ni los típicos excesos del principiante que acumula materiales sin jerarquizaciòn ni medida. Tampoco se advierte n las experimentaciones inútiles de los que creen seguir una preceptiva de vanguardia y se instalan, en realidad, en una rutina de capillas fatigadas.
La autora nos cuenta una historia. Esa historia adopta las formas de la narración policial, se inicia en la Argentina y continùa en una germánica Europa, y utiliza el humor, la parodia y las alusiones literarias y culturales para desarrollarse y crecer. El lector está protegido por una discreta estrategia de relato transparente y fluido, aunque haya de pronto saltos e incisiones en la realidad que sugieren que no todo es como parece, o, en todo caso, que vale la pena indagar màs allà de las apariencias. Como el singular detective de la novela, serà el propio lector el que dè su versión final cuando acabe de leer el libro.
Hemos mencinado un elemento clave de la obra (incluso presente en el curioso y original tìtulo de la novela): el humor. Se trata màs bien de una clave de humor negro, de guiños paròdicos, de iro nía en forma de retazos que otorgan al texto un sabor peculiar. Las lecturas de la autora estàn presentes en lo que escribe, pero no se han sobrepuesto a su propia voluntad de construcción ni le han impedido a erigir un tono personal.
Es satisfactorio augurar a Araceli Otamendi un prometedor futuro en el arduo campo de la creación literaria. Valgan las huellas de este primer paso como la marca inicial de un camino fecundo en imaginación, amor por la palabra y libertad expresiva”.







domingo, 6 de diciembre de 2009

Novela: Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 1



















NOVELA POLICIAL

EXTRAÑOS EN LA NOCHE DE IEMANJA - Araceli Otamendi

Capítulo 1


"Quienes venían a honrar a la diosa (Afrodita, salida de las aguas) - cuenta Juvenal según el libro perdido-, llevaban presentes de oro y plata, telas de lino, biso y otros materiales preciosos, y si esos presentes eran aceptados, tanto los paños como los objetos pesados se iban al fondo. Si al contrario eran rehusados y rechazados, se veía sobrenadar los paños y hasta todo aquello que estaba hecho de oro y plata y materiales lo bastante pesados para no flotar naturalmente"

Damascius, "La vida de Isidoro"




Capítulo 1.

Ahora desde el jeep el hombre veía como la mujer bajaba la escalera corta y angosta hasta la playa. La mujer caminaba descalza y llevaba un monito tití sobre la espalda, las manos del monito enroscadas en el cuello de la mujer. Visto desde atrás parecía una estola de piel pasada de moda. La mujer del monito,pensaba el hombre, tenía la cara parecida a un retrato que alguna vez su ex-mujer había colgado en la cocina. El cuadro era de Edward Munch pero el hombre no lo recordaba. La mujer tenía una cara de rasgos angulosos y era alta y flaca y caminaba rápido, como una liebre, pensaba, mientras la seguía por la playa. Era la noche de Iemanjá y los dos, la mujer y el hombre caminaban por la arena fría esquivando las velas encendidas que, chispeantes arrojaban su luz en hebras amarillas y rojas desde los nichos de arena, evitando pisar las flores que un rato más tarde la gente arrojaría al mar.
Era noche cerrada y la oscuridad casi no permitía distingir entre el cielo y el mar. En la playa mucha gente vestida de blanco parecía rezar. Los rezos parecían ir y venir como las olas porque cada tanto el tono de las voces se alzaba, se mantenía monótono sobre sí mismo algunos instantes para luego decaer y recomenzar. El hombre alto, flaco, desgarbado, vestía unos jeans deshilachados, una camisa blanca arrugada y una campera. Se sentía cansado. Era su décimo viaje en jeep ese día y dentro de un rato volvería como todos los días llevando los turistas a la ciudad. Hacía sólo quince días que el hombre trabajaba como conductor del jeep y en esos quince días había estado observando a la gente que vivía en el lugar.
Era una villa de pescadores, la mayoría de las casas de material y techo de paja: al frente de casi todas había un bote amarrado, en algunos casos una lancha.Todas las casas eran de los pescadores que en el verano las alquilaban a los turistas mientras ellos se iban a vivir a construcciones hechas con caños o a improvisadas viviendas bajo la tierra.
Se había puesto de moda entre cierta gente aburrida de las vacaciones convencionales pasar una temporada en esa villa donde no había casinos ni boliches ni restaurantes. La mayoría de los que alquilaban las casitas eran artistas, pintores, escritores o sicoanalistas que detestaban los ruidos de la ciudad. También había gente deseosa de matar el aburrimiento y se aburría más que nunca al no encontrar qué hacer. Algunos bebían hasta el amanecer en el único bar. Otros pescaban hasta hartarse del olor a pescado que llevaban a sus casas y que casi nunca nadie cocinaba por no saber cómo hacerlo o no tener ganas y después de varios días terminaban tirando los pescados podridos al mar.
El hombre se detenía apenas mirando las caras. En el aire había olor a lluvia que se adivinaba también por algunas nubes que como un telón metálico caían sobre el mar. La playa estaba iluminada sólo por la luna redonda y blanca y el resplandor amarillo de las velas en la arena.
La mujer del monito había encontrado algunas flores sueltas cerca del encaje de espuma que dejaban las olas sobre la orilla y el hombre pensó que las arrojaría al mar. Pero, como siempre se equivocaba con sus predicciones acerca de las mujeres. Ella tiró las flores hacia el otro lado, sobre la arena y siguió caminando.
Las flores iban volviendo poco a poco traidas por las olas y el hombre había averiguado esa misma tarde, cuando el sol parecía alumbrado por una lámpara roja en el horizonte, de qué se trataba el ritual.
En realidad le habían explicado a medias, ya que el hombre que se lo había contado parecía no querer hablar más. Según la creencia si el mar devolvía las flores era mala señal. De lo contrario, la diosa del mar Iemanjá protectora de los marinos y de los pescadores había aceptado la ofrenda y recompensaría a sus hijos brindándoles sus frutos durante todo el año. La diosa come picoca y cabrita asada con miel le habían dicho también pero el hombre no lo recordaba. Seguramente, pensó el hombre, si ella no arrojó las flores al mar no comparte las creencias del lugar. Eso tendría importancia? se preguntó. No lo sabía. Casi nunca sabía nada. sólo recordaba una frase que su ex-mujer le había dicho o tal vez era una de sus tías de Villa Ballester o el diario de aquél pensador galés Thomas A. Redford: nada de lo que parezca importante lo es en realidad, ni nada de lo que parece no serlo carece de importancia. Después de todo, pensaba, todo lo que le sucedía, ocurría demasiado tarde para tener importancia. como todo lo que le había pasado en su vida, le llegaba a destiempo. El amor, el hijo, los más lejanos e inalcanzables deseos se le habían ido cumpliendo, cuando ya - ni siquiera estaba totalmente convencido - deseaba eso. Se lo había planteado al salir de la cárcel. Cuando lo metieron preso acusado de haber matado a una mujer. Entonces, al salir, se dijo que nada le importaba más que la libertad.
Cuando la mujer del monito se dio vuelta y miró hacia atrás se encontró con la mirada extraña del hombre. Vio los ojitos azules, las pestañas oscuras, el pelo largo, rubio y desprolijo, la barba incipiente con puntitos grises de dos o tres días. Le recordaba a no sabía quién, tal vez un actor italiano. Qué querría, se preguntaba.  
El monito parecía sonreir mientras miraba al hombre y ahora los dos, el monito y la mujer lo observaban. Y los tres, el hombre, la mujer y el monito contemplaban el lejano espectáculo de la gente vestida de blanco agrupada en la playa recogiendo flores devueltas por el mar.
Inesperadamente el hombre preguntó:
- Usted piensa que la gente de esta playa cree que alguna diosa del mar puede aceptar o rechazar su ofrenda de flores?
- Tal vez sí, respondió la mujer. -Seguramente esta gente necesita creer en esto como podría creer en cualquier otra cosa señor Ludwig
- ¿Cómo sabe mi nombre?
- En esta villa, señor Ludwig, uno puede llegar a saberlo todo
- Y usted, ¿cómo se llama?
- Lila
- Es un lindo nombre - dijo él . La mujer no contestó.

Caminaban otras vez por la arena fría y Ludwig caminaba a su lado y el monito sobre los hombros de Lila no dejaba de mirar al hombre. Parecía un náufrago caminando en la arena, pisando la espuma, el agua fría, las piedras. Toda vida es un proceso de demolición, recordaba. Eso lo decía Scott Fitzgerald, pero él no lo sabía. Como sabía tantas cosas que su ex-mujer no sabía y no sabía tantas como ella sabía y que seguramente ninguno de los dos imaginaba que el otro sabía.
- Es una cuestión de límites - dijo Lila retomando el hilo de la conversación. Ahora los dos caminaban muy cerca, uno casi junto al otro, el monito sobre uno de los hombros de ella mirando fijamente a Ernesto Ludwig y él observando la cara de ella, leyendo su expresión, miraba fijamente las facciones de ella hasta deletrear el más mínimo gesto. No veía el rostro de la noche oscura, sereno, sembrado de ojos mirando a la playa.


- ¿Límites? - preguntó Ludwig mientras seguían caminando sobre la arena fría
- Si usted puede creer, crea lo que quiera, siempre y cuando pueda asumir sus consecuencias. Nadie puede obligarlo a creer en Iemanjá, Oxalá ni en cualquier orixá. Tampoco en Jesús, la Virgen María, Buda o Alá ni en cualquier cosa que usted no quiera creer. Tampoco nadie puede decirle a usted que desista de sus creencias. Todo es parcial, señor Ludwig, si lo consideramos desde un solo punto de vista.
- Y usted ¿qué cree que cree Lila? preguntó él admirándose por lo que le parecía una conversación profunda.
Lila se largó a reir, la risa se ancló en el viento, sonó a burbujas, a cascada.
- ¿Usted nunca se hizo esa pregunta a sí mismo?

Ludwig no le contestó.

Mientras seguían caminando, Ludwig se preguntaba qué le diría ahora a esta mujer. Las palabras de Lila lo desconcertaban tanto como las de Rosa Té, la sicoanalista, cuando después de haber hablado de Freud durante más de dos horas había encendido velas y arrojado jabones y flores blancas al mar como ofrenda a Iemanjá.
La noche parecía arder y consumirse con las velas encendidas y los rezos lejanos de la gente conjurando a Iemanjá habian puesto a Ludwig de un humor especial. A lo lejos se veían las luces encendidas del único bar.


El bar era de material con techo de chapas. Las chapas tenían canaletas pintadas de verde oscuro por fuera, blancas por dentro. De pared a pared cruzaban algunas vigas y de una viga colgaba la jaula de un pájaro. Ludwig jamás habia visto un pájaro de colores tan brillantes. Amarillo, azul, rojo. O tal vez sí, en el zoológico de Hamburgo, no lo recordaba. En cambio a Lila no parecía llamarle la atención. Como si estuviera ausente. ¿En qué pensaba? Pero los dos sí sentían el olor a cazuela de mariscos, pan tostado, pimentón dulce y un olor amargo de algún menjunje. También el olor a madera de pino, como de árbol recién cortado y renacido en un objeto que parecía tener vida, pensaba Lila. El bar estaba lleno y Ludwig y Lila se habían sentado en una mesa doble y el monito también ocupaba una silla.
El dueño del bar depositó dos platos de camarones con ajo y perejil en la mesa, una botella de cerveza y dos vasos. Al dueño del bar le decían Pirata porque tenía un parche negro que le tapaba un ojo y que nadie sabía verdaderamente si le faltaba o no. Era un hombre de unos treinta años, de pelo rojo y largo. Tenía una boca delineada y femenina como si se hubiera pintado los labios y usaba zapatos de tacones altos que le daban un aire risueño.
- ¿Le gusta? - preguntó Ludwig mientras señalaba al pájaro.
- Debe estar muerto de aburrimiento - dijo Lila con expresión aburrida. No había terminado de hablar cuando el monito trepó de un salto a las vigas y empezó a chillar. La razón de que el monito estuviera frenético se debía a una lagartija adherida a una pared. Ludwig y Lila querían atrapar al mono que llamaba la atención de la gente del bar pero el animal sólo accedió a bajar cuando Pirata le ofreció una banana que comió de inmediato. El monito arrojó la cáscara amarillo verde en el plato de Ludwig y chilló alegre. Ahora, el mono sentado junto a Lila miraba a Ludwig y éste, después de comer el último marisco del plato y beber un trago de cerveza preguntó:
- ¿Hace mucho que está en esta playa, Lila?
- Dos meses, más o menos. - ¿Y usted?
- ¿No me dijo que en este lugar se sabía todo?
- Es cierto, o casi todo. Pero igual me parece mejor preguntarlo.
- Ludwig sacó del bolsillo de la campera un paquete de cigarrillos rubios y ofreció uno a Lila.
- No fumo - dijo ella con voz de maestra de escuela primaria.
- ¿Siempre es así para contestar?
- A veces.

Ludwig encendió un cigarrillo y se quedó pensando. ¿Qué le pasaría a esta mujer ahí sola con ese mono? El silencio se hizo largo, lento como en un sueño. Había en ese lugar, en esa noche una especie de sortilegio. Tal vez era ese resonar de tambores o los mantras que aquellas personas vestidas de blanco cantaban invocando a Iemanjá, la diosa del mar. Pero ¿qué cosa pedían? Ofrecían velas y flores ¿a cambio de qué? Y la diosa del mar ¿qué les devolvería? Ludwig se hizo esa pregunta muchas veces. Pero los pensamientos se interrumpieron de golpe. Un ruido seco y después algo así como un estallido y miles de partículas de vidrio se esparcieron por la mesa de Ludwig y Lila. Los comensales dejaron de comer y todos miraron hacia ese lugar. El monito gritaba. Los mozos dejaron las bandejas en la barra del bar y corrieron hacia ahi. Pirata salió del bar. Todos buscaban la respuesta. Pero fue Ludwig quien lo vio primero, envuelto en el piso con una cinta roja y negra. Era algo pesado, parecía una piedra. El tamaño era el del puño de un hombre adulto y lo habían arrojado como un proyectil. Ludwg guardó el hallazgo en uno de sus bolsillos. Pensó que nadie lo había visto.
Afuera se escuchaba el redoble de algunos tambores, diez, tal vez quince hombres. Tocaban el tambor y caminaban, bailaban. Eran sonidos perturbadores. ¿Quién había sido? ¿por qué habían arrojado ahí el paquetito? Lila miraba a Ludwig desde un ángulo del bar atenta a todos los movimientos de él. Los parroquianos volvieron a sentarse y el mono parecía indiferente abrazado al cuello de Lila. Un mozo barrió los pedazos de vidrio y limpió la mesa, y todos siguieron comiendo un rato después como si nada hubiera ocurrido.
- Usted tiene en el bolsillo un trabajo pedido a Exú Maré - dijo Lila. Ludwig no sabía de qué le hablaba pero sí veía los reflejos dorados en los ojos de Lila.
- El papel que envuelve la piedra dice el nombre de la persona que se quiere alejar .- dijo Lila. El pelo oscuro caía lacio sobre los hombros de ella, era tan oscuro como la noche, pensaba él. Como ella, tan oscura, no podía leerla en este momento.
- ¿Usted sabe algo o le parece que sabe? - preguntó Ludwig
- A veces sé cosas, no me pregunté cómo. También sé que usted no vino a esta playa para llevar turistas.
- ¿Lo sabe o tal vez le parece?
- A veces preferiría no saber, pero también sé que es policía.
- Ex policía, en todo caso.
- Podría haberlo disimulado, hace rato que vi el revólver que tiene en la espalda.
-¿Podría contestarme algunas preguntas?
- Todo depende, señor Ludwig.
- Es sobre un muerto, un hombre que apareció ahogado en esta playa.


(c) Araceli Otamendi- Archivos del Sur -Todos los derechos reservados

El capítulo 1 de la novela policial inédita "Extraños en la noche de Iemanjá" está protegido por derechos de autor y registrado en el Registro de la propiedad intelectual.

Los capítulos 1 y 2 de esta novela fueron publicados en la revista Paralelo Sur (Barcelona).

sábado, 5 de diciembre de 2009

Participación en el Cuaderno para anotar los sueños



Un cuento breve mío fue publicado en el Cuaderno para anotar los sueños, compilación de la escritora chilena María Cristina da Fonseca, publicado en el año 2006.

Nota publicada en la revista Archivos del Sur:
http://www.quadernsdigitals.net/index.php/datos_web/boletines/b_269/index.php?accionMenu=secciones.VisualizaArticuloSeccionIU.visualiza&proyecto_id=2&articuloSeccion_id=5624






(Buenos Aires) Isabel Suárez Valdés

Con un ensayo sobre los sueños nocturnos y diurnos, la escritora chilena María Cristina da Fonseca*,
despliega en este cuaderno un interesante recopilación de textos de escritores argentinos como Jorge Luis 
Borges y Araceli Otamendi,  de diversos autores latinoamericanos y de soñantes de distintos geografías,
 invitando a anotar los propios sueños en las páginas en blanco bellamente ilustradas por Macarena Ortega.
Hojas que entregan a cada cual la posiibilidad de pensarse a sí mismos.
Uno de los entusiastas de la estética del sueño era el cineasta brasileño Glauber Rocha. En una conferencia
 pronunciada en Columbia University New York, dijo:
"...Hoy me niego a hablar de cualquier estética. La plena vivencia no puede sujetarse a conceptos
 filosóficos. El arte revolucionario debe ser una magia capaz de embrujar al hombre a tal punto que él
 no soporte más vivir en esta realidad absurda.
Borges, superando esta realidad, escribió las más liberadoras irrealidades de nuestro tiempo.
Su Estética es la del Sueño. Para mí, es una iluminación espiritual que contribuye a dilatar mi 
sensibilidad afroindia en la dirección de los mitos originales de mi raza. Esta raza, pobre y
 aparentemente sin destino, elabora en la mística su momento de libertad..."
María Cristina da Fonseca es autora de diversos libros para niños y adultos entre los que se puede
mencionar: Memorias de la arcilla vieja, De los días felices en que Humocaro quería morir, Cuentas
amarillas, Ubú tiene santos en la playa entre otros.
La escritora chilena preside la ONG Delantu junto con Alicia Bachelet, institución dedicada a donar libros a bibliotecas populares de Chile.
(c) Isabel Suárez Valdés
bibliografía:
Glauber Rocha, Del hambre al sueño, obra, política y pensamiento, edición del Museo de Arte 
Latinoamericano de Buenos Aires.


*María Cristina da Fonseca murió en  Santiago de Chile en 2006















domingo, 22 de noviembre de 2009

Tributo a Borges



Nota de Araceli Otamendi  en Revista El Grito (Buenos Aires) en ocasión de estrenarse en el Centro Español Juan Carlos I - New York University el Telefilm Tributo a Borges -(una  idea del escritor  Patricio Lóizaga -)

El hechizo de Van Gogh publicado en la antología grageas




(Buenos Aires)

El hechizo de Van Gogh, cuento de Araceli Otamendi, fue publicado en la Antología "Grageas", cien cuentos breves de todo el mundo, compilación de Sergio Gaut vel Hartman. Ediciones Desde la Gente (Buenos Aires).
más información:

http://www.quadernsdigitals.net/index.php?accionMenu=secciones.VisualizaArticuloSeccionIU.visualiza&proyecto_id=2&articuloSeccion_id=8029

viernes, 20 de noviembre de 2009

Nota del escritor Ángel Brichs publicada en Literatura del mañana

http://literaturadart.blogspot.com/2009/08/araceli-otamendi-realismo-e-imaginacion.html

 

 

 

jueves 20 de agosto de 2009

Araceli Otamendi, "realismo e imaginación"

Araceli Otamendi


En toda la antología del cuento literario americano han existido multitud de formas de abordar esta narrativa en particular, y la mayoría de ellas, aunque no muy diferentes lingüísticamente sí lo han sido en su lenguaje en comparación a la forma de tratar el cuento del otro lado del charco, o sea, en España. No obstante, siempre existen excepciones. Una de ellas es la escritora argentina Araceli Otamendi. Nacida en Quilmes, provincia de Buenos Aires; esta escritora y periodista ha ganado diferentes certámenes literarios, entre los que destaca el Premio Fundación El Libro a escritores noveles (1994) por la novela policiaca "Pájaros debajo de la piel y cerveza", en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, publicado por Grupo Editor Latinoamericano.
En el año 2000 su antología de autores hispanoamericanos:
 "Imágenes de New York, una mirada hispanoamericana", publicada como edición especial de la revista Cultura Segunda época, fue presentada en el Centro Español Rey Juan Carlos I, de NYU con prólogo del Prof. y Director del Centro, James Fernández, la cual fue parcialmente traducida al inglés por este último. Entre otros muchos trabajos, ha publicado numerosos cuentos, ensayos, relatos, fragmentos de novela en revistas culturales, suplementos literarios y en antologías nacionales e internacionales; algunos de sus cuentos fueron traducidos al inglés, italiano y coreano.
Fue columnista y productora general del programa cultural De persona a persona en Radio del Plata en el año 2000, ganó el Premio Prestigio que otorga el sitio virtual
 brasilero Ca` estamos nos por su labor en la revista Archivos del Sur y su cuento "Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar" fue teatralizado y representado en la ciudad de Buenos Aires e integra la Primera antología de cuentos de autores hispanoamericanos traducida al coreano, titulada "Sube a la alcoba por la ventana", compilación de la Universidad Nacional de Seúl y publicada en Seúl en 2008.



Después de leer a Otamendi nuestros lectores más aventajados podrán apreciar ciertas similitudes (aún sin dejar los referentes y forma de narrar americana en su prosa), con autores españoles como Camilo José Cela o Miguel Delibes. El lenguaje sobrio que utiliza se provee de todo tipo de elementos propios del imaginario histórico y colectivo que, anejados al mundo real medio la visión particular de la escritora se descubren como un mundo paralelo que no es ajeno a nuestra misma realidad mental y personal, eso sí, tras el fondo moralizador o epíteto "lógico" que da personalidad y claro entendimiento al texto. Bien entendido esto, podemos sincerarnos diciendo que si juntásemos la prosa esperpéntica de Cela, el celo narrativo plagado de erudición de Borges y la imaginación de G. García Márquez, daría como resultado a nuestra autora. Pero como decimos en este blog, más vale unas palabras que muchas imágenes (o comentarios de terceros), por tanto, les dejamos pues con tres microrrelatos de esta polisémica autora para que ustedes mismos puedan descubrirlo.





Sin palabras
(en Homenaje al Día del Periodista)

Así me sentía, así estaba: sin palabras. El auto pasó a buscarme a las seis. Sí, a las seis. Era un remise alquilado, dispuesto para mi a las seis de la mañana. ¿Qué iba a hacer entre las seis y las once, cuando llegara el avión?
Llevar las revistas a las radios y a los canales de televisión. En eso había quedado con él. Si salía bien, festejaríamos con champagne. Si salía mal, tal vez comeríamos un sándwich en algún lugar.
El avión llegaría a las once, había que ir a Ezeiza. Esperaría una hora, tal vez hora y media antes, aburriéndome en el bar hasta tener la confirmación del horario.
 
Mientras, camino al aeropuerto el conductor me contaba su drama; su mujer y sus hijos estaban lejos, de vacaciones, en la playa. Cuando ella llegara, porque no la veía hacía dos meses se iba a separar. Para eso había hablado ya con un abogado. Ella no sabía nada, los hijos tampoco. ¿Qué disparate se le había ocurrido? No podìa estar lejos de ella tanto tiempo. ¿Y por eso iba a destruir una familia? Le dije. Me miraba a través del espejo retrovisor. Tal vez tuviera razón, dijo. Piénselo, dije, no haga locuras. Entonces yo era una psicoanalista, lo estaba asesorando, ¿tan fácil había sido escucharlo, decirle eso para que cambiara de opinión? El hombre se quedó callado, seguramente pensando en lo que habìa decidido apenas unas horas antes. Mis palabras lo hacían pensar: no haga locuras, piénselo…
¿Cómo escribir lo que ocurrió antes? Era de noche. El camino asfaltado nos llevaba por la ruta y ahí empecé a ver todo: cada uno que salía de la casa y ataba el caballo a la puerta del garage como si dos épocas transcurrieran juntas; era de noche, y faltaba mucho para hacer el reportaje a ese desconocido que llegaría en un avión, vestido de fama y de honores al que no conocía, al que nunca había visto. Y para eso habíamos arreglado todo: vestirse lo mejor posible, peinarse, estar antes en el aeropuerto y lograr una nota, una buenísima nota porque había que festejar con champagne el éxito de la revista.
Y esto era algo que estaba ocurriendo, íbamos de noche, por la ruta, había visto a varios hombres en las puertas de su casa atando caballos en la puerta de los garajes, seguramente estábamos en la provincia, y también había visto calles inundadas, casas a las que les había subido el agua al techo y los únicos que se salvaban eran los niños, tan niños, tan pequeños, festejando en los techos, saludando y yo también saludaba porque ellos se habían salvado del agua…
El visitante llegó una hora después, el avión se había retrasado. Al verlo me pareció que tenía una actitud de conquistador que llega a nuevas tierras: Francisco Pizarro pisaba América. Lo saludé, me saludó, eso fue todo. Mis palabras fueron: le voy a hacer una entrevista.
Francisco Pizarro – lo llamaré así – no contestó. Nos dirigimos, yo pensaba, al remise que estaría esperando afuera.
Pero no, todo era tan raro que de golpe se había hecho de noche, afuera del aeropuerto y alrededor todo estaba oscuro, apenas iluminado con algunas estrellas.
Un auto estaba esperando a Pizarro y el remise que debía esperarnos se había ido. Tal vez el conductor iba a buscar a su mujer y a las hijas a la playa lejana.
Pizarro indicó el auto como si yo supiera lo que me decía: dentro del auto estaba una mujer y otra pareja, la radio a todo lo que da tocaba música de tango. La mujer y la pareja comían trozos de sandía y el chofer esperaba que Pizarro y yo nos acomodáramos. No tuve más remedio que pensar que todos eran extranjeros: querían escuchar tangos en Buenos Aires y querían hacérmelo notar, que yo supiera que a ellos les gustaba esa música y que también comían una fruta como la sandía porque era verano y se acomodarían a cualquier cosa que les ofreciera la gran ciudad.
Ya estaba en el baile y había que bailar. El auto disparó por la autopista y me pregunté hacia dónde. Yo tenía otros planes en mente: hacer la entrevista, editarla, llevarla a la revista y de ahí seguir y a otra cosa.
Pero después de unos diez minutos el auto se detuvo en una especie de restaurant. Pizarro seguia mudo, y yo pensaba en las preguntas que iba a hacer para que la entrevista saliera lo mejor posible. En el lugar, todo se había dispuesto como un espectáculo. Parecía más una pulpería antigua, hecha a propòsito para turistas. Nos sentamos, pedimos un cafè, bebidas. Y entonces apareció el mago y se dedicó a hacer sombras, animales en una pantalla. Eran sombras chinescas y afuera, por la ventana se veía la noche azul, oscura, como en un cuadro. Y yo me preguntaba qué estaba haciendo ahí, en ese lugar, con una entrevista y mil preguntas en la mente, cómo explicaría lo ocurrido, cómo explicarme a mí misma esa situación…


- ¿Otra vez escribiendo? – preguntó él, varias horas después que Pizarro, la mujer y la otra pareja llegaron a un hotel céntrico y yo me fui tan desconcertada como lo había estado a partir de la llegada del personaje..
- Sí – otra vez
- Me imagino que habrás hecho una buena entrevista, el personaje daba para mucho.
- Sí, tal vez
- Lo decís dudando…
- Es que … no sé, cómo decirlo…
-¿Por qué?
- Es un personaje que no habla.
- ¿Y entonces?
- Nada, entonces, nada. No dijo una sola palabra desde que pisó Buenos Aires.
-¿Qué hizo?
- Escuchó música de tango y comió sandía.
- ¿Y no podés escribir algo sobre eso?
- Lo estoy haciendo
- Quiero leer la nota esta tarde, apuráte.


Era cierto. El personaje no había dicho una sola palabra y yo me había olvidado de relatar algo: durante el viaje desde el aeropuerto hasta el hotel, antes de llegar al restaurant nos encontramos con unas ovejas. No eran ovejas comunes, eran azules, verdes, de color naranja. Algunas estaban esquiladas y envueltas en lanas de colores brillantes, fosforescentes. Pizarro y la mujer se empeñaron en tocarlas. Las ovejas, muy contentas cruzaban el camino de un lado a otro. Y era entonces que nadie tenía palabras para explicar lo que ocurría. Y por eso escribo, por eso escribí esto, para dar testimonio. Porque hacer la nota con ese personaje mudo fue imposible, no dijo una sola palabra. Y tengo que cumplir, entregar la nota como sea, esta tarde es el cierre de la edición, y seguramente no habrá champagne como habíamos planeado, tal vez un sándwich, tal vez, quién sabe.

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Colores




Enfrente de mi casa hay un árbol con flores color violeta. Lo veo cuando me asomo a la ventana del living, lo veo al salir del edificio de departamentos donde vivo. Hay mucho verde ahí y también muchos árboles porque hay un parque. En el parque hay muchos perros, los llevan en grupos de seis, de diez, hasta de dieiciocho perros he contado, atados con correas y el que los pasea se llama paseador. Desde hace algunos años hay paseadores de perros en Buenos Aires, personas que se encargan del trabajo que los dueños no pueden o no quieren hacer. A los paseadores se les paga y algunos dicen que les pagan muy bien. A los perros habría que preguntarles qué tal la pasan, pero ellos no hablan y sólo ladran o gritan o aúllan, y a veces tienen calor porque los tienen atados a los árboles. A algunos los dejan correr sueltos por el parque y otros perros se pelean, se corren el uno al otro y ladran al grupo de perros que tienen enfrente y que parece un grupo rival.
Pero nada de eso me conmueve hoy, sigo caminando por la vereda mojada porque ha llovido hace un rato y veo un perro chiquito calzado con botitas. Las botitas son de color marrón y el perro lleva impermeable. Le pregunto a la dueña o a la mujer que lo lleva porque no sé quién es ni la he visto antes por el barrio si le ha enseñado al perro a caminar con botas. Ella me dice que no, pero el perro recién sale de la peluquería, está bañado, con el pelo seco y peinado y no quiere que se ensucie, dice.
Cuando llego a la esquina me detengo porque el semáforo está en rojo. Enseguida sale de no sé donde un hombre con la cara pintada y comienza a hacer malabares con unas pelotas de plástico: rojas, verdes, amarillas, azules. Sonríe, tiene un cartel pintado en el pecho, sujeto a la remera verde que dice: ¡sonría! hoy es lunes. Claro, hoy es lunes, lo había olvidado y él me lo recuerda. Alguno de los automovilistas, antes que se ponga el semáforo en verde le dan al joven una moneda.
Cruzo la calle, puro asfalto negro y me detengo para cruzar la avenida: hay muchos ómnibus, autos, demasiados así que tendré que esperar a que el semáforo esté en verde. Hay muchas personas que esperan para cruzar también y muchas personas que viajan en los ómnibus. Cruzo la avenida y ya estoy en otra plaza, ésta está cercada por rejas y tiene juegos infantiles y también un sector para perros. Pero aquí hay muchos menos perros que en el parque, porque ahí retozan en cambio en esta plaza no pueden hacerlo. Hay personas que caminan apuradas y autos que circulan a toda velocidad. Hay perros exóticos y personas de caras extrañas y también exóticas, seguramente extranjeros que han venido a vivir a Buenos Aires ¿durante un tiempo? No lo sé, ¿lo sabe alguien? Camino una, dos cuadras, me detengo en los negocios que ofrecen pescado, joyas, perfume, loteria, bar, ropa, alfombras, y hay uno que me llama la atención más que los otros: el color frutilla, fucsia. Me detengo durante algunos minutos en la vidriera: la ropa, los juguetes, los adornos, todo es de color rosa o fucsia. Decido entrar. hay muñecas de plástico y vestidos para niñas, carteras, pañuelos, siempre dentro de la gama rosa, fucsia. Creo que también hay un aroma a chicle rosa, camino por ahí, es un decorado digno de una casa de muñecas tamaño natural. Le pregunto a una vendedoradesocupada si toda la tienda está dedicada a las muñecas y me mira casi con asombro. Creo ver una sonrisa sarcástica en su cara y me contesta: - Sí, por supuesto. ¡Enhorabuena! pienso, aunque tal vez no sea éste el adverbio que pienso. Tal vez pienso otra cosa, tal vez me indigna ver ese lugar destinado a las niñas que bien podrían estar jugando en el parque entre las flores, corriendo, saltando, o divirtiéndose con muñecas pero no así, en ese artificio, dentro de ese lugar. Descubro que además hay una peluquería y un café ahí adentro, como una casa encantada donde sólo faltan las hadas y los gnomos, pero si estuvieran ahí ¿cómo serían? No quiero aguarle la fiesta a nadie pero algunos deberían dejar que los niños usen la imaginación para jugar y no darles todo dentro de la caja con moño. La estupidización es mayor cuando veo a las madres entrar a comprar "cositas" de color fucsia al negocio: vestiditos, remeritas, carteritas, y salen con la bolsita de la compra y hablando, gesticulando encantadas con la última adquisición para las niñas. Ya se encargarán las niñas cuando crezcan de echárselo en la cara: mamá, vos no tenías tiempo para mí, no me leías jamás un cuento, podrías haber coloreado un dibujo con témperas junto a mí, mamá, mamá, mamá...
Me voy de ahí al negocio de la esquina donde hay un cartel verde que dice café y promete ser aromático. Es un bar dedicado a esa bebida que no dejaba dormir a las cabras cuando masticaban los granos de la planta. Yo también quiero tener imsomnio para poder escribir más y no pensar. El café, hay de varios tipos, me dice la moza que me atiende ¿cuál quiero tomar? No lo sé, no sé elegir entre tantos tipos de café: dígame usted contesto y ella elige. Tampoco me importa mucho, el café es de color marrón y está bien caliente. Le agrego un poco de leche que han traido en una pequeña jarra blanca. El color del líquido de la taza se convierte en un color clarísimo. Casi en el color piel de la camiseta que la abuela de mi padre me tejía para enfrentar cada invierno, en lana finita, casi invisible pero ¡qué abrigo! Después que ella dejó de tejer cada invierno esas camisetas y se fue de este mundo, no he podido encontrar ese color de la lana en ningún otro objeto. Termino de beber el café y leer el diario y me voy. Salgo a la esquina donde da el sol, ahora ha salido el sol y brilla y produce una especie de arcoiris en los charcos de agua de la calle. Y cuando voy a cruzar la calle me detengo porque un globo rojo y brillante se ha soltado de la mano de alguien y corro para que un auto no lo aplaste y veo al niño como corre por la vereda con el delantal del jardín de infantes, se ha soltado de la mano de la mujer que lo lleva y que también empuja un cochecito con un bebe y tomo el globo, durante unos segundos lo sostengo de un hilo tan poco fuerte y en unos segundos pasará a la mano del niño, se lo doy y el niño me mira con los ojos azules bien abiertos y yo miro los reflejos en los ojos del niño y sigo, sigo caminando como si ese día fuera único - y lo es - , como si los colores existieran siempre, como si siempre los viéramos, como si el color claro de la camiseta que la abuela de mi padre tejía volviera a aparecer alguna vez, como si los perros caminaran descalzos como perros y los niños jugaran al aire libre como niños, como si la sonrisa de ese niño con el globo se grabara en mi mente como un recuerdo indeleble.



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Vuelta a la Casa Tomada

El agua corre, llena la bañera y casi desborda. Está al límite, llena, entonces me sumerjo. El agua está tibia y causa placer estar ahí. Entonces veo figuras, recuerdos que aparecen y dibujan. Entonces me dejo ir, llevar ¿adónde? Entonces viajo. Tomo el colectivo y viajo, el ómnibus anda despacio, es día de semana y voy, es un día soleado y voy mirando por las ventanillas, los edificios, la ciudad gris, la ciudad me araña. Me dejo llevar porque los recuerdos son y están. Y estoy ahí. Yo estoy, estaba y estoy. Y entonces es un homenaje a mí misma. A la que fui y está, en el pasado que ahora es presente. Está, estoy. Ahí, como entonces, como ahora, estoy…
Y me saludo cada vez que paso por alguna casa dónde viví, porque ahí quedaron mis recuerdos. Entonces me saludo a mí misma porque algo mío vive ahí…
Pero las casas han sido tomadas, son casas tomadas como en el cuento de Julio … Poco a poco las han ido tomando otros…
Entonces escribo, escribo para recordar, para encontrarme a mi misma y recordar y verme ahí, hace tanto tiempo y sin embargo…
Hay que dejar tranquilos a los fantasmas… que habiten, que llenen la casa tomada mientras nosotros, desde aquí, ¿cómo llamarla? Realidad, pies en la tierra, seguimos pensando ¿en ellos?


Camino casi con precisión. La vereda ancha me lo permite, del lado del sol, pasado mediodía percibo el aire fresco, las puertas: casi todas cerradas. Los negocios, a esta hora duermen la siesta. Alguna vez arrojé la llave de la casa a la alcantarilla. ¿Arrojé, dije? No estaría tan segura, no lo estoy, y es más, ahora no estoy segura de nada. Antes de convertirme en un insecto, antes de ser Gregorio Samsa, lo intento. Lo voy a intentar. Hace tanto tiempo lo he planificado y hasta he trazado un mapa con las coordenadas. Tantas cuadras para un lado, tantas cuadras para otro. Girar, hacia un lado primero, después caminar. Como un ciego cerca de las paredes de las casas como si hacerlo me brindara cierta seguridad de la que jamás he gozado. Como algo sí que es seguro y de eso prefiero no hablar, por ahora. Prefiero detener el tiempo y el destino y volver a la casa tomada. Porque ellos, ellos que andan por ahí tomando las habitaciones en la casa, haciendo extraños ruidos. Voy a exorcizar el conjuro que me ha traído hasta aquí. Mi corazón late rapidísimo como un caballo al galope. Hasta aquí he cruzado varios paisajes, disímiles, hasta contradictorios: monumento al soldado, el gauchito gil, paisajes que hablan- a veces - y sólo pájaros que cantan en las ramas. He venido hasta aquí sólo para escuchar los sonidos… de la casa.

¿Sólo para escuchar?…

Porque la casa sigue tomada…


Entonces, sentada en un café elucubro planes, estrategias. Costaría menos si la casa tuviera chimenea. Entrar por el techo y sorprenderlos. A ellos, los que habitan la casa tomada.
Las ventanas están tapiadas, Convertirme en Jane, la chica de Tarzán y entrar con tambores y gritos aferrada a una liana.
Sí, escucho los tambores y los gritos y es de noche. Ellos entonces, vienen…


Vienen marchando con luces y disfraces, cierro los ojos y ahora sé qué es lo que ocurrirá. Estoy ahí hace tanto tiempo…
La música, los silbatos, las panderetas. Lo había olvidado: es Carnaval. Se acerca alguien y me arroja papel picado en la cara: no voy a llorar. Entonces sé que esta es la contraseña para que suba de una vez por todas a la carroza. Pero no es cualquier carroza de este Carnaval, sino la de Orfeo, alguien extiende su mano…- Subí, dice. Tiene los ojos pintados, la cara, el cuerpo. Subo. La carroza sigue el desfile: pasamos por la casa, las ventanas están cerradas. Orfeo tiene su lira en la mano y canta. Apenas me pregunta algo, oigo su voz casi es un susurro. La comparsa sigue, hombres y mujeres bailan con frenesí. Cierro los ojos, ya no sé dónde estoy. El papel picado y las serpentinas caen sobre mi cabeza. En otra carroza un hombre baila. La carroza sigue . Orfeo, digo ¿adónde quiere llevarme?
Orfeo me mira a los ojos, y dice: a la casa tomada.


¡Orfeo! ¡Orfeo! Pasamos por una arboleda y los árboles acarician nuestra cara, nuestra cabeza ¡Orfeo! Está bien aquí. Quiero volver …
Antes vamos a dar un paseo, es Carnaval, dice. Hay que divertirse…


No sé dónde estoy, sigo sin saber, ni quién es este ser disfrazado de Orfeo, ni adónde me lleva, ni adónde voy…


¡Orfeo! Lo llamo, pero no responde. Sólo escucho su voz diciéndome:- no podés volver a la casa tomada.

¿Por qué? Pregunto. Orfeo canta, canta una canción que no comprendo. Porque todo es extrañeza y yo soy una extraña dentro de mi piel…
Estamos en la oscuridad más absoluta, pasamos por varias casas, por la arboleda. El ruido del agua me sobresalta… las olas golpean en la costa. Entonces Orfeo da una orden y la carroza se detiene. Hombres y mujeres se tiran entonces a dormir sobre el pasto, sobre la tierra, en cualquier parte, extenuados de tanto bailar. Los primeros rayos de luz me muestran un paisaje distinto. Orfeo está ahí, conmigo, mirando la salida del sol. Lo miro, permanece impasible, mirando…
¡Orfeo! Lo llamo, y no contesta..
Se da vuelta y me hace señas, me señala el lugar adónde debo ir. Es una piedra y me siento ahí. Me quedo quieta, mirando junto a Orfeo la salida del sol….
Admito ahora que la cara de Orfeo es una máscara.


Orfeo – le digo
¿Qué? Contesta
Quiero ver tu cara sin la máscara.
Eso no es posible – contesta
¿Por qué?
Porque no sé si soy Orfeo si me quito la máscara
¿Cómo haré para saber entonces quíén sos?
Hay que seguir el juego…
Hoy se termina.
¿Qué cosa?
El Carnaval, se termina…
El Carnaval sí, pero la vida no.
Nunca sabré qué sos ni qué juego es éste.
Como la vida ¿no?
Casi
¿Querés volver a casa tomada?
Es sólo una casa
Poblada por fantasmas, vacía
Orfeo no dice nada más.


Es de noche. Debo cruzar el río, me advierten del peligro: hasta llegar a la otra orilla tendrás que atravesar peligros, hay víboras, reptiles, camalotes, ramas, el suelo es fangoso, arena de río negra.
Tengo que ir, digo, como si cumpliera una misión y camino en el agua, de noche, sabiendo que la otra orilla está allá, más allá, lejos, hay que continuar….


Llegada a la otra orilla, atravesados todos los peligros, salgo indemne, el sol lentamente se va reflejando en el río. Miro el brillo del sol en el agua. Son muchos soles dormidos en la superficie y brillan.
Entonces ingreso en un lugar de piedra, una mina de rodocrosita, piedra rosa, brillante, que espeja mi cara y mi cuerpo. Entonces recuerdo los espejos deformantes del parque de diversiones, los autos chocadores… Me gustaba mirarme en esos espejos: era más alta y más flaca, luego más petisa y gorda, pero nunca era yo. Era divertido y siniestro a la vez: mirarse en los espejos y no ver más que una imagen deforme donde nunca era yo. Luego los autos: subirse a ellos para chocar con otros, girar a toda velocidad y conducir mal, estrellarse con otro auto por pura diversión en círculos, en zigzag, nunca en un camino trazado de antemano.


Vuelta a la otra orilla, miro el río, las olas cuando quiero y debo irme Orfeo ya no está. Se ha ido. No sé quién era. Sólo recuerdo su voz y sus palabras: no podés volver a casa tomada, ahora no…
Es mediodía y el sol está en lo alto. Los hombres y las mujeres de la carroza se van despabilando.
Estoy lejos de ahí, me he ido alejando, me llevo conmigo, ellos no saben quién soy. Detengo la mirada por unos momentos en el agua. Algún pájaro se posa en una rama y canta.




Copyright:

Del artículo y las ilustraciones:
©Ángel Brichs Papiol

De las fuentes sobre la biografía y los relatos:

© Araceli Otamendi



Publicado en este blog bajo consentimiento de la autora:

Publicado por ZENIUS en 21:47 
Etiquetas: Colaboradores
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1 comentarios:

luis benítez dijo...
Apreciada Araceli: coincido plenamente con las apreciaciones críticas que introducen a tus tres muy buenos relatos, que leí con interés y placer. Son, ciertamente, piezas muy logradas! Como siempre sucede, de las tres criaturas alguna nos gusta todavía más de lo que nos gustan las otras: en mi caso, el último cuento, Vuelta a la Casa Tomada, me resultó particularmente ENCANTADOR, así, con mayúsculas. Felicitaciones!
Luis Benítez

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