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miércoles, 19 de octubre de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)















Toqué el timbre del portero eléctrico, nadie contestaba pero la chicharra sonó, entonces empujé la puerta de calle y entré.
El edificio tenía unos cuantos años, pero lucía bien, la entrada tenía dos sillones de metal y un espejo, nada pretenciosa. Había tres ascensores y me pregunté cuál era el indicado para ir al departamento de Cintia.
Seguramente el bebé la tendría ocupada.
Subí al ascensor que llegó primero. Era un ascensor también antiguo. La imagen que me devolvió el espejo no era la mejor mía esa mañana. Tenía ojeras, casi no había dormido y cuando desperté, a eso de las cinco me di cuenta que hoy tendría que visitar a Cintia, no podía aplazar la visita. Desde el pasillo se escuchaba berrear a un niño. Pensaba qué era lo que podía decirle ¿ella estaría dispuesta a decirme algo? Tal vez no quisiera hablar de Mario Bruno, tampoco de Willy. Ahora tenía un hijo y tal vez quisiera olvidar el pasado.


- ¿Y por qué se le ocurre que yo podía haber tenido una relación con Willy Agastizábal?
- No he dicho nada de eso, sólo le preguntaba qué tipo de relación tenía usted con Willy y su mujer, Marta
- La relación que se puede tener con el socio y la mujer de mi pareja, Mario Bruno, ninguna otra - contestó Cintia.

Me quedé callada, me dediqué a observar durante algunos instantes el living. Había adornos, recuerdos de viajes colgados en las paredes. También algunos objetos en una repisa.
Mientras Cintia iba y venía, el bebé se había dormido, yo miraba cada uno de esos recuerdos.
Me detuve en una estatuilla. Era una escultura de madera. Cintia se acercó en ese momento.

- ¿Le interesan las esculturas?
- Sí, sí, claro
- Esta escultura es de Haití, es un objeto mágico - afirmó.
-¿Mágico? ¿Y cuál es la magia? - pregunté
- Dicen que quien tiene una estatuilla así está protegido, además aleja a las personas que
quieren dañarlo.
-¿Usted cree en eso?
- Por supuesto
- ¿Y por qué querrían hacerle daño?




Cintia no contestó.




Entonces pensé en qué otras cosas creía Cintia. Se me ocurrió preguntarle entonces acerca
de su viaje a Haití.

- ¿Y cuándo estuvo en Haití?
- En realidad no estuve nunca. Hicimos con Mario Bruno un viaje por Centroamérica, el Caribe y en algún lugar, ya no lo recuerdo, en alguna de las islas compré la estatuilla.
- ¿Usted cree en el vudú, Cintia?
-¿Y por qué no voy a creer?

Me miraba perpleja, como si lo que le estaba preguntando no tuviera ningún asidero. Esta mujer creía en la magia, en la magia de todos los colores, en muchas supersticiones. Me mostró entonces la muñeca izquierda: tenía atadas varias cintas de color rojo y explicó: son contra el mal de ojo.
Luego me indicó el camino a la cocina: una gran ristra de ajos atada con un moño rojo colgaba cerca de una alacena. Sobre un armario vi también varias figuras de madera similares a la estatuilla del living.

-¿Le parece raro?

- No, para nada - dije

Y era cierto. Raras, me parecían otras cosas, pero no que Cintia fuera supersticiosa, muchas personas lo eran.






(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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