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miércoles, 20 de abril de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)



El hombre seguía comiendo tranquilamente y yo fuí dos veces al baño, pasé delante de su mesa pero no levantó  los ojos del plato, en ninguna de las dos ocasiones. Era un restaurant chico lleno de pájaros enjaulados, pajaritos que cantaban mientras el sol les calentaba las plumas.
El hombre  parecía más joven del que había visto en las fotografías. ¿Cómo estar segura de que era Willy? Si todos tuviéramos una segunda oportunidad en la vida, si a todos se nos permitiera volver a empezar. Bebía una bebida de color naranja, no estaba segura de que tuviera alcohol y pensé que ya debería saber dónde vivía.
Terminé de comer y pagué la cuenta, esperaba que el hombre se incorporara y saliera para seguirlo. Lo hice durante varias cuadras, dí vueltas por la calle siguiéndole los pasos.
Finalmente, entró en una casita antigua con cortinitas terminadas en puntillas, en las ventanas. Me acerqué, había olor a hojas secas y quemadas en la puerta. Durante algunos momentos miré el cielo, había nubes con formas de unicornios y pegasos.
Luego llegó el sonido de la voz de una mujer, hablaba en portugués y el hombre le contestaba. Pensé que iban a abrir la puerta de la casa en cualquier momento. Pensé que el hombre había hecho su vida ahí, con otra mujer. Había huido con esa otra mujer al Brasil y no volvería. Era mi hipótesis. 
Decidí volver sola, aunque llamaría a Beny para decírselo. Alquilé un auto. Cambié de opinión. Ya había demasiado odio entre Beny y yo para confiarle el hallazago. Se lo diría después.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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