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sábado, 7 de mayo de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)




Ya frente a la puerta de la habitación golpeó, pero  Nadie contestaba, entonces había entrado.
Como siempre en ese lugar, el olor a limpio, a lujo, a ricos impregnándolo todo. Estudió el cuarto. Tenía cuatro puertas. Una, por la que había entrado, la otra comunicaba con el baño. La tercera daba a la terraza del hotel. Ahí había una pileta con agua de mar. Parecía que el azul del mar se había instalado ahí, en la pileta, entre las lajas blancas, como en una película o en un sueño. Hubiera querido chapotear ahí, en el agua. La cuarta puerta comunicaba con la habitación contigua, estaba cerrada con llave. Se preguntó si cada una de las habitaciones comunicaba con otra y así sucesivamente. ¿Cuál de todas esas puertas daba directamente al acantilado? Le llevaría un tiempo dar con esa, justamente. Algunos de los cuartos estaban cerrados con llave.

Volvió a la recepción. El hombre de la mirada de cuis, los bigotes finos y recortados dijo que sí, que tenían una habitación que daba directamente al acantilado, es decir tenía salida directa al mar  pero costaba mucho más que cualquier otro de los cuartos. En ese momento, dijo, estaba ocupada por un príncipe europeo.
Mariana puso algunos billetes sobre la mesa de la recepción y la codicia brilló en los ojos del hombre.
- Quisiera una habitación cerca de ésa – dijo Mariana.
Poco después, un empleado del hotel conduciría a Mariana por un pasillo que, como un laberinto iba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Finalmente el empleado se detuvo frente a la habitación número 7. La suite, dijo el hombre. Luego abrió la puerta y Mariana se quedó sola mirando la deslumbrante vista al mar.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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