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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cuento: La calesita - en castellano y su traducción al inglés*



LA CALESITA 


Los ojos oscuros de la nena están fijos en un punto, traslucen una mezcla de asombro y desaliento. Es muy niña, tal vez dos o tres años. Las manos pequeñas se asían firmemente al eje del caballito de madera, como si no tuvieran algo más de dónde sostenerse. El sol dibuja siluetas multiformes en la vereda redonda  y mojada por la lluvia de hace un  rato y las expande más allá de las rejas un poco oxidadas. Algunas nubes parecen caballos blancos, levantan las patas traseras mientras sus "manos" agitan el aire. Sentados en un banco dentro del recinto limitado por las rejas un hombre y una mujer se besan incansablemente. Se exploran con sus lenguas más allá de los labios húmedos de ambos. El es joven, de aspecto rudo, los brazos musculosos y firmes insinúan un trabajo que le exige esfuerzo físico. El pelo es corto y ondulado, tiene ojos oscuros de mirada vivaz. Ahueca las manos grandes y firmes en la nuca de la mujer. Usa un jean y una camisa muy abierta que le dan un aire desaliñado. Mientras la calesita da vueltas y más vueltas suena una música horrible y vulgar, sonidos guturales llegan casi a lastimar los oídos. Yo soy Rosita, yo soy José, las dos ratitas de la tevé, liralalira, liralalira, yo soy Rosita, yo soy José... Así, las notas discordantes se suman al calor de la tarde y tornan la atmósfera más insoportable. 

La nena lame un chupetín mientras el caballito avanza en círculo acercándose a la pareja que sigue besándose. Algunos segundos antes, la mujer ha deslizado un puñado de fichas en las manos del infeliz que da la sortija y se ha entregado otra vez a las caricias y besos del hombre. Ella es menuda, morena y en sus ojos hay un aire indiferente. Sentada, parece más pequeña, más flaca. La ropa es de confección barata y los movimientos que ejecuta con el cuerpo mientras besa al hombre son algo nerviosos. La mujer no deja de cruzar las piernas, alterna la de arriba con la de abajo, ni deja de mover las manos con largas uñas pintadas de rojo intenso crispadas detrás de la espalda del hombre. 

Los ojos oscuros de la nena se detienen en la escena cada vez que el caballito pasa frente a la pareja. La mirada inexpresiva e infantil queda vagando en el aire. Solo puede verse en ellos una expresión mansa y el desamparo. Cada tanto el infeliz rengo y desdentado recoge las fichas y comenta algo con el hombre gordo que las vende, los dos se miran y las miradas se posan después en el hombre y en la mujer. 
El sol ya corrió algunos pasos las sombras irregulares y el cielo tiene el brillo de los mejores días del verano que llega a su fin. Ahora el infeliz va juntando de a una  las fichas que le entregan los niños hasta que llega a la mujer: 

-Señora, se acabaron las fichas, ¿va a comprar más o se lleva a la chica? 

Ella no le contesta, se separa bruscamente del hombre, el semblante rojo y húmedo y desata la correa  que sujeta a la nena y la baja del caballo. Sin decir nada toma a la nena de la mano y las dos se alejan. El hombre camina unos pasos más atrás. 

Todavía juega el sol entre las copas de los árboles florecidos y hace brillar las hojas con verdes más intensos. Hay una mezcla de perfumes de árboles en flor, retamas y tilos. 

La calesita sigue girando, con  la molesta música de carnaval interrumpida solo por el chirrido esporádico de los ejes. Algunos chicos patean la pelota hasta que salta sobre las rejas y  cuando el desdentado no los ve, aprovechan para dar gratis una vuelta.

Ahora es de noche, sopla un viento fuerte y seco y los árboles se inclinan lo suficiente para emitir algo así como un quejido que se filtra por  la ventana. Un gato camina por el techo con pasos sigilosos. Se detiene y encoge su cuerpo para atrapar alguna presa. La nena duerme abrazada a un osito azul, la respiración puede percibirse más allá de la puerta que da al comedor. El sueño de la nena es profundo hasta que unas voces altisonantes la despiertan. La nena se acerca a la puerta y escucha: 

-Si no me crees, preguntale a la nena, estuvimos toda la tarde en la calesita. 

Los gritos continúan mezclándose y la discusión sube de tono. Los ojos de la nena vuelven a estar fijos en un punto, las manos asidas al eje de un caballo imaginario y la mirada vacía de expresión triste y somnolienta. Vuelve a su cama, levanta el oso azul entre sus brazos y se queda muy quieta parada detrás de la puerta. Las voces se confunden con el ladrido de los perros, el crujir de los muebles, el silbido del viento. No la dejan oír claramente lo que discuten. De pronto, suena el primer disparo; la nena corre a su cama y se tapa con las sábanas. Casi sin respirar. Cuando llega la policía le hacen una serie de preguntas que no puede contestar. 

© Araceli Otamendi

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THE MERRY-GO-ROUND 



The dark eyes of the little girl are fixed on a point, they reveal a mixture of bewilderment and dismay. She is still very small, maybe two or three years old. The tiny hands are held firmly at the base pole of the wooden horse, as if they have no place else for support. The sun draws multiform silhouettes in the round path that has been dampened by the recent rain, expanding them beyond the oxidized railings. Some clouds resemble white horses, lifting their hind legs while the front “hands” circulate the air. Sitting on a bench inside a space surrounded by railings a man and a woman are kissing unrelentingly. They explore each other with their tongues going beyond the moist lips. He is young, rugged, with dark short wavy hair and dark lively eyes. Firm and muscular arms suggest a job that requires heavy physical labor. He is holding the head of the woman with both hands. The open shirt and jeans he wears gives him a slovenly air. Meanwhile the merry-go-round turns and turns plays a horrible and vulgar music, guttural sounds that almost hurt the ears. I am Rosita and I am Jose, the two little rats from Teevee, liralira, liralira, I am Rosita and I am Jose. In this manner the off tune notes add to the hot afternoon and make the atmosphere more unbearable. 

The little girl licks a lollipop while the little carousel horse rotates and nears the couple who continue kissing. A few seconds before the woman had dropped a fistful of tokens into the hands of the poor wretch who runs the merry-go-round,and surrenders again to the caresses and kisses of the man. She has a slight physique, dark skin and there is an air of indifference in her eyes. Seated, she seems smaller, skinnier. Her clothes look cheap and the movements that she makes with her body while she kisses the man are somewhat nervous. The woman does not stop crossing her legs, alternating the top one with the bottom, nor does she stop moving her hands with fingernails painted bright red tensed behind the man’s back. 

The dark eyes of the little girl are fixed on the scene each time the wooden horse passes in front of the pair. The inexpressive infantile stare keeps wandering in the air. The only thing that can be read in them is a docile expression of vulnerability. Each time the crippled and toothless wretch collects the tokens, he makes a comment to the fat man who sells them, the two look at each other and then fix their stares on the man and the woman. 

The sun has moved beyond lopsided shadows and the sky has the brightness of the best days of summer that are coming to an end. Now the wretch is collecting one by one the tokens handed to him by the children until he comes to the woman: 

“Lady, the tokens are used up, do you want to buy more or will you take the girl?”  
_ She does not answer and pulls away abruptly from the man, her face is red and damp and she unties the leash that holds the little girl and gets her down from the horse. Without saying a word, she takes the little girl by the hand and the two walk away. The man walks a few steps behind them. 

The sun is still playing among the treetops in bloom making the greens of the leaves shine brighter. There is a blend of fragrances of the Yellow Elder and Lime trees that are blooming. 

The Merry-Go-Round keeps turning, with an annoying carnival music that is interrupted only by the sporadic screeching of the axles. Some children kick the ball until it lands over the rails and when the toothless man does not see them, they take advantage and ride one free turn. 

It is now nighttime. A strong and dry wind is blowing and the trees tilt enough to release something of a moan that filters through the window. A cat walks on the roof with cautious steps. It stops and crouches up to catch another victim. The little girl sleeps embracing a blue teddy bear; the breathing can be felt past the door that faces the dining room. The little girl sleeps soundly until some high-pitched voices awaken her. The little girl approaches the door and listens: 

“If you don’t believe me, ask the child, we spent all afternoon at the Merry-Go-Round.” 

The screams continue to mix and the conversation tone rises. The eyes of the little girl are once again fixed on a point, the hands hold onto the pole of the imaginary wooden horse and the expression sad and sleepy. She returns to her bed, picks up the blue bear and stands quietly behind the door. The voices blend with the barking of dogs, the screeching of furniture, the wind whistling. She cannot hear clearly what they are arguing about. Suddenly, the first shot is heard, the little girl runs to the bed and covers herself with the sheets almost without breathing. When the police arrive they ask her a series of questions she cannot answer. 

© Araceli Otamendi
© de la traducción al inglés  Alicia Zavala Galván

 *el cuento La calesita en castellano y su traducción al inglés junto con la ilustración al inglés  más la fotografía de Manuel Girón forman parte de un cuadernario, proyecto de Nela Rio, Presidenta del Registro de Autores Creativos (Canadá)


El cuento La Calesita ha recibido la siguiente crítica de Conny Palacios:


"La Calesita" es un cuento corto de ambiente urbano con un final inesperado. El tema se puede definir como el de la inocencia ultrajada. Los personajes y el espacio físico donde se desarrolla la acción no tienen nombre ya que lo que parece importar en el cuento es la denuncia sostenida del abuso al que son sometidos los niños, no importa la clase social ni el país. 

El argumento es sencillo, asistimos a la representación de dos escenas: La 1ª, nos muestra a una niña sentada en un caballito de madera dando vueltas y vueltas en una calesita, mientras a pocos pasos de ella, una mujer y un hombre se besan apasionadamente. No sabemos la relación entre la mujer y la niña, pero deducimos que son familia, ya que al atardecer se van juntas. La 2ª, se desarrolla por la noche, en una atmósfera un poco tensa. Vemos el desamparo de la niña que duerme sola abrazada a un osito azul. De repente la niña despierta por las voces alteradas de la mujer que discute con un hombre diferente al de la tarde. Sabemos que es distinto porque la mujer se defiende, suponemos que de una acusación que el hombre le hace, diciendo: “Si no me crees, preguntale a la nena, estuvimos toda la tarde en la calesita.”  La escena termina abruptamente con un disparo. 

El cuento se caracteriza por la nota predominante de lo feo en dos niveles: un nivel moral, dado por la falta de pudor de la pareja en la primera escena, y el engaño de la mujer en la segunda. El otro nivel se da en el espacio físico, y se observa en la música de fondo “horrible y vulgar” que dice así: "Yo soy Rosita, yo soy José, las dos ratitas de la tevé, liralalira, liralalira, yo soy Rosita, yo soy José…" 

En cuanto a la técnica, el cuento se desliza sobre un tiempo lento, comienza por la mañana y termina por la noche. Tiempo acentuado por el ritmo moroso de la narración, ritmo que se enfatiza por la falta de diálogo, con la intención probablemente por parte de la autora, de que el lector tome conciencia del abuso a que son sometidos los niños. Además Araceli Otamendi utiliza el contraste entre lo doblemente feo –la acción que se denuncia y el espacio físico en que se desarrolla-, y la belleza casi prístina de la naturaleza. La Belleza en un sentido amplio sirve de marco a lo abyecto de la situación. Al principio de la narración nos introducimos en una mañana donde acaba de llover y las nubes semejan “caballos blancos” y por la tarde, ya casi al anochecer: "Todavía juega el sol entre las copas de los árboles florecidos y hace brillar las hojas con verdes más intensos. Hay una mezcla de perfumes de árboles en flor, retamas y tilos."
En conclusión, “La Calesita” es un cuento de denuncia y se suma a las voces de otros autores hispanoamericanos contemporáneos, como bien dijera César Ferreira en su artículo titulado "Los legados de Julio Ramón Ribeyro", que "se esfuerzan por escribir obras de corte realista y urbano que reflejen los nuevos retos a los que se enfrenta la sociedad que les da origen." 
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