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martes, 30 de noviembre de 2010

Tarde de lluvia




Ese día llovía a cántaros. Era de tarde. Debía hacer un trámite, sí o sí. Ir al centro ¿pero qué centro? Si en la ciudad no hay un centro sino muchos. El trámite podía hacerse en distintos lugares. Elegí un barrio alejado. Más que nada para no ir a la city. Le escapo a la city. Será porque trabajé en una oficina y luego en otra tantos años en ese lugar que se llama así, city, o zona bancaria o microcentro. Elegí entonces un barrio alejado y como llovía a cántaros decidí ir en subterráneo. ¿Por qué? No lo sé. El tren subterráneo me llevó en unos pocos minutos adonde debía ir. Cuando salí de la boca del subte llovía menos, pero llovía.
La ciudad se veía gris y nublada. Había personas, transeúntes, y estaba animada. Las luces de casi todos los negocios, encendidas.  Después de hacer el trámite entré a un bar. El lugar estaba animado. Una mujer escribía en una notebook. Un hombre leía el diario. Dos mujeres conversaban. Tres hombres en otra mesa también conversaban. El café estaba en una esquina y me gustaba mirar la lluvia detrás de los vidrios.
El viento había empezado a soplar fuerte como si fuera a despejar. Pedí un café y me quedé mirando primero hacia adentro del bar. Había guirnaldas con flores y un letrero que decía: FELIZ PRIMAVERA. El día de la primavera había pasado hacía muchos días y sin embargo el cartel continuaba. En las mesas había ramilletes de flores coloridas y artificiales. Cruzando la avenida había un cine donde proyectaban varios films. Miré la cartelera del diario, no había ninguno que me interesara. Me dediqué durante unos minutos a mirar a mi alrededor, a indagar en las caras de las personas que estaban ahí y a adivinar sus vidas. Ninguna me pareció muy interesante cómo para inventarle una vida y escribirla.
No había nadie con impermeable y rasgos parecidos a Humphrey Bogart, material para inventar un detective. Tampoco había una mujer con los ojos muy maquillados y muchos  anillos en los dedos o una libreta de apuntes que introdujera el misterio en su vida. ¿Algún personaje interesante? No iba a escribir la historia contrafactual, ¿cómo llamarla? de si el personaje A, el hombre sin sombrero ni cigarrillo leyendo el diario en la mesa de enfrente, se hubiera puesto un sombrero y un impermeable, tal vez sería un detective siguiendo a algún parroquiano sentado en ese café. ¿entonces?
Llamé al mozo, pagué el café y me fui. Bajé las escaleras hacia el subte otra vez. Como era la estación terminal y el subte iba casi vacío me senté. Después de unos minutos el tren arrancó y entonces lo ví, al hombre ciego.
Tenía una guitarra en la mano. Se acomodó y empezó a tocar  música. Tenía una voz lindísima, y cantaba “Guantanamera”… y ya se sabe, la canción termina con ese poema de José Martí: “Cultivo una rosa blanca”:

Cultivo una rosa blanca

En junio como en enero

Para el amigo sincero

 que me da su mano franca

 

Y para el cruel que me arranca


el corazón con que vivo,


cardo ni ortiga cultivo;


cultivo una  rosa blanca.

Cada uno de los que viajábamos en ese vagón del tren sacó unas monedas y se las dio al ciego. Ya no pensaba que era un personaje como el hombre ciego del cuento Amor de Clarice Lispector. Era un hombre ciego que se ganaba la vida así, tocando una bella música y cantando Guantanamera.
El viaje en subte a ese barrio alejado valió la pena, aunque más no fuera por haber escuchado al ciego y haber recordado la poesía de Martí.

(c) Araceli Otamendi


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