- ¿Y dónde querés que esconda al mono, adentro de un armario?
- Yo no dije eso, simplemente te sugerí que no estuviera el mono cuando Morgan
-porque yo le pedí que nombráramos a su amigo así para no decir el nombre -
y el editor fueran.
- Mirá, yo al mono no lo voy a esconder.
Era la cuarta o quinta vez que hablábamos por teléfono ese día, después que llegué
de Montevideo. El mono se había dormido en la cama, había cáscaras de frutas por
toda la casa. La canilla de la cocina estaba semiabierta y había papeles rotos, tirados por todas partes. Era la forma en que el mono me decía que estaba enojado por haberlo dejado solo. Los animales se expresan de esa manera, rompiendo cosas, desordenando todo. Muchas personas también.
Recién había cortado la comunicación con Miguel. A veces me exasperaba. Ahora hablaba
por el teléfono celular que había olvidado antes en la casa. La casa que había alquilado en la playa no tenía teléfono y yo odiaba usar el celular. Pero era necesario hablar con Miguel, y esta
vez él me había llamado. Se sentía culpable, dijo, por haberme invitado anoche a su casa sin avisarme acerca de Morgan.
- Es un hombre exitoso - dijo Miguel y tiene un editor que se las trae. Pensé en vos, en esa novela que escribís desde hace tanto tiempo. El editor es europeo y no quiere nada de
realismo mágico. Nada de monos, nada de lagartijas, nada de clima tropical, no va a editar
nada de eso.
- Yo no dije eso, simplemente te sugerí que no estuviera el mono cuando Morgan
-porque yo le pedí que nombráramos a su amigo así para no decir el nombre -
y el editor fueran.
- Mirá, yo al mono no lo voy a esconder.
Era la cuarta o quinta vez que hablábamos por teléfono ese día, después que llegué
de Montevideo. El mono se había dormido en la cama, había cáscaras de frutas por
toda la casa. La canilla de la cocina estaba semiabierta y había papeles rotos, tirados por todas partes. Era la forma en que el mono me decía que estaba enojado por haberlo dejado solo. Los animales se expresan de esa manera, rompiendo cosas, desordenando todo. Muchas personas también.
Recién había cortado la comunicación con Miguel. A veces me exasperaba. Ahora hablaba
por el teléfono celular que había olvidado antes en la casa. La casa que había alquilado en la playa no tenía teléfono y yo odiaba usar el celular. Pero era necesario hablar con Miguel, y esta
vez él me había llamado. Se sentía culpable, dijo, por haberme invitado anoche a su casa sin avisarme acerca de Morgan.
- Es un hombre exitoso - dijo Miguel y tiene un editor que se las trae. Pensé en vos, en esa novela que escribís desde hace tanto tiempo. El editor es europeo y no quiere nada de
realismo mágico. Nada de monos, nada de lagartijas, nada de clima tropical, no va a editar
nada de eso.
- Muy bien, Miguel ¿tenemos algo más que hablar hoy? ¿o querés que además del mono yo
también me esconda adentro de un armario?
- Enojate, querida, enojate - Miguel se reía. - Si vos querés pasar las vacaciones con tu mascota en esa casa, si querés escribir todas esas cosas, hacelo. Pero después no vengas a quejarte.
- Miguel...
- Sí ...
- No puedo seguir hablando con vos de esta manera, no puedo seguir escuchándote. Me estás
pidiendo que niegue la realidad en que vivo.
- ¿Qué realidad? ¿de qué hablás? ¿a quién le importa la realidad?
- Tenés razón Miguel, ¿a quién le importa la realidad? apagué el celular, no lo iba a atender más por hoy. La casa estaba sucia, revuelta, el mono también estaba sucio. Y yo estaba cansada.
quería dormir.
No me iba a resultar posible hacerlo hasta algunas horas después. Porque alguién estaba golpeando la puerta. Otra vez, era esa mujer, estaba investigando la muerte de Willy Agastizábal, y una vez más venía a preguntar cosas, no iba a ser la primera vez que me interrogaba.
también me esconda adentro de un armario?
- Enojate, querida, enojate - Miguel se reía. - Si vos querés pasar las vacaciones con tu mascota en esa casa, si querés escribir todas esas cosas, hacelo. Pero después no vengas a quejarte.
- Miguel...
- Sí ...
- No puedo seguir hablando con vos de esta manera, no puedo seguir escuchándote. Me estás
pidiendo que niegue la realidad en que vivo.
- ¿Qué realidad? ¿de qué hablás? ¿a quién le importa la realidad?
- Tenés razón Miguel, ¿a quién le importa la realidad? apagué el celular, no lo iba a atender más por hoy. La casa estaba sucia, revuelta, el mono también estaba sucio. Y yo estaba cansada.
quería dormir.
No me iba a resultar posible hacerlo hasta algunas horas después. Porque alguién estaba golpeando la puerta. Otra vez, era esa mujer, estaba investigando la muerte de Willy Agastizábal, y una vez más venía a preguntar cosas, no iba a ser la primera vez que me interrogaba.
(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados
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