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martes, 17 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento































Miraba la pantalla de la notebook, aún no entendía cómo había podido escribir eso:



"Las historias secretas se sublevan
en la última noche tiendo a pensar en la oscuridad
nos cubre como terciopelo negro
nos canta himnos chicos
 
El filósofo habla en un débil susurro
tiendo a creer en débiles sonidos fragmentados
retorno a los orígenes
retorno al sentido abismal de luz y arena..."






evidentemente el personaje tenía vida propia, pensaba, ¿podía hacer algo al respecto? No lo sabía. Lila había entrado en la biblioteca, paredes de madera tapizadas de libros de arriba a abajo, una biblioteca inmensa.

Ella no desconocía esos ambientes lujosos, es más, los había frecuentado desde su más tierna infancia. Y sin embargo había algo que le parecía mentira en todo eso, que le parecía falso, como estar con una pulsera numerada de papel envolviéndole la muñeca, como si estuviera presa de esa fiesta, de esa situación, de esa invitación de ese señor llamado Morgan, al que ni siquiera se atrevía a llamar por su verdadero nombre. No, todavía no lo iba a hacer, era mejor así, dejarlo en ese limbo de nombre ficticio, ni siquiera decir el verdadero nombre. Y entonces entró él, con esa sonrisa de actor de cine, con su apariencia atlética, con su dominio de la situación, connotando su poder mediante su ropa, su piel bronceada y dijo:


- Hola



y Lila también dijo:



- Hola



Morgan preguntó si Lila buscaba algún libro en especial y ella dijo que no, que le gustaba mirar siempre las bibliotecas. Y entonces él dijo:



- Aquí no tenés que mirar, te voy a llevar a otra biblioteca



Y Lila lo miró con desconfianza. Entonces Morgan abrió sorpresivamente una puerta corrediza de madera que hasta ese momento parecía una pared en medio de la biblioteca y la invitó a pasar.



- Podés mirar aquí, seguramente te va a gustar más esta biblioteca.


Era una sala más chica, también tapizada de libros de arriba a abajo y Lila se detuvo a mirar los libros. Había libros de poetas franceses: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Prevert, Artaud, Breton, Eluard. También de escritores ingleses: Blake, Coleridge, Stevenson, Wordsworth y también otros más actuales como Martin Amis. Entre los argentinos estaban Borges, Mallea, José Hernández, Ricardo Güiraldes, Benito Lynch, Julio Cortázar, Roberto Arlt, Silvina Ocampo, y varios más. También había libros del Subcomandante Marcos, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Rulfo, Juan Villoro, Carlos Fuentes. Entre los norteamericanos pudo descubrir a Hemingway, Paul Auster, William Faulkner, Flannery O´Connor, Carson McCullers. Había libros de Fernando Savater, Isabel Allende, Ángeles Mastretta, Roberto Bolaño, Clarice Lispector, Vinicius de Moraes, Jorge Amado y otros. Entre los libros de filosofía pudo ver algunos de Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir. Entre los novelistas franceses había libros de Michel Houellebecq y Marguerite Duras. También descubrió el Diario de Witold Gombrowicz, y las obras de teatro de Griselda Gambaro. Había libros de Antonio Tabucchi, Salvador Elizondo, Carlos Monsivais, Javier Marías, Nicanor Parra, Silvia Molloy, Ernesto Sabato, Ricardo Piglia, Tomás Eloy Martínez, Pablo Neruda, Olga Orozco, Nicolás Guillén, César Vallejo, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Gabriel García Márquez, Manuel Puig, Néstor Perlongher, Copi, y muchos otros autores. Había muchos más libros y Lila comprendió que esta era la biblioteca selecta y privada de Morgan.



- Ahora yo te mostré mi biblioteca ¿qué te parece?
- Me parece buena pero ¿qué tiene que ver con lo que escribís?



Morgan sonrió y dijo:



- Lo que conté la otra noche en casa de nuestro amigo es sólo una de las cosas que escribo. Quería que lo supieras.
 
- Yo no te estoy juzgando - contestó ella.
- Pero creo que no te gusta esta fiesta
- Yo no dije eso
- Me doy cuenta. Voy a invitarte a dar una vuelta en el barco, he invitado a algunos de los amigos que están aquí.
- No me gusta navegar - contestó Lila
- Ah ...querés estar siempre sobre la tierra
- Sí, tal vez, me gusta pisar tierra firme.
- Y yo te quiero mover el piso.
- Te va a ser difícil...
 




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
 
 

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