¿Cómo había llegado hasta
ahí? solo sabía que estaba frente a un quiosco de diarios y revistas, antes había corrido detrás de un vendedor de algodones de azúcar rosados ¿el
tiempo era tan fugaz? Era mediodía cuando lo vi a
él y a sus globos rosados de azúcar, me apuré, corrí, seguramente lo alcanzaría, como cuando era una
niña. Entonces iba al río y siempre entre el camino de la playa y la rambla paladeaba
hasta empalagarme el hilo dulce de un
algodón de azúcar, me impregnaba las manos, la cara, el pelo, toda pegoteada. Quise
saber si lo que estaba viendo no era una visión, como la de los sueños ¿estaba
en uno? Y le pregunté:
- ¿Es azúcar?
- Sí – dijo el
hombre y siguió caminando.
En la calle los motores de
los autos rugían, la gente caminaba rápido, sin decir palabra y yo
estaba ahí mirando esos globos de algodón de azúcar rosado, en ese mediodía tan
luminoso. Me detuve, el día no me iba a alcanzar si seguía deteniéndome en cada
cosa, en cada cara, en cada color que iba llamando mi atención. Y cuando me di
vuelta, con la vista había seguido el vuelo de un pájaro, la imagen del hombre y los globos ya no estaba.
Y ahora ¿qué estaba haciendo ahí, en ese
quiosco? Había un hombre leyendo y le pregunté algo, no sé, hablamos de la
música de Serú Girán, quién sabe por qué. La conversación se había puesto interesante. Seguramente sentí
que tenía que volver. Le indiqué hacia adónde iba y el hombre dijo que
él también iba para el mismo lugar. Me sentí tranquila cuando subimos al
vehículo, un tremendo camión, nuevo. Él me dio las llaves y me pidió que tomara
el volante, se sentó en el asiento de al
lado, mientras leía. Pensaba que no iba a poder manejar semejante camión, sería muy pesado, me costaría calcular la
distancia en los caminos angostos, y me
costaría doblar las curvas no sin temor. Y sin embargo conducía bien y rápido, y el hombre leía. Me
asombraba yo misma de poder ir por el
camino manejando junto a ese extraño. Me costaba conducir el camión, y pensé en
el mito de Sísifo, siempre había que llevar alguna piedra ¿no? Era siempre un
volver a empezar. Aun no sabía por qué él confiaba en mí, me había dado las
llaves del vehículo y se dejaba llevar. Manejar el camión se me hacía pesado, a
veces. Y sin embargo tenía la confianza de ese extraño, con el que había cruzado apenas unas palabras sobre Serú Girán. Me cansé un poco de hablar
de la música progresiva en las pausas que él hacía durante la lectura, después
se ocultaba detrás de un libro o de una revista. Todo fue tan rápido, ahora que
lo pienso. La conversación sobre música, el viaje, la experiencia de manejar el
camión. Tenía mis temores y mis dudas, mi perplejidad
cuando debía doblar una curva. Mi anhelo de llegar, y no conducir más. De pronto me detuve, habíamos llegado y quise volver a mi casa. ¿Mi
casa? Pero ¿cuál? ¿a qué casa me refería? Y después de todo ¿dónde estaba? Me
despedí del hombre, le devolví las llaves, no sin una extraña satisfacción, como
quien se despide de un amigo, o tal vez de alguien desconocido, con pocas palabras, todavía pensando en lo enigmático
de la situación. Llegué a la casa, un
lugar donde había vivido hace muchos años, donde se estaba
preparando una fiesta y me dirigí a la cocina. Y ahí todo se amontonaba como
viejas capas de tiempo, una sobre otra, sin que ninguna quedara clara, diáfana,
sin saber si alguna vez las cosas se aclararían ¿pero por qué tendrían que aclararse? Y salí de ahí perpleja, una vez
más, sabiendo que a veces resulta imposible luchar contra ellas. Las cosas son
así, a veces, duras como las paredes, blandas como el aire. Caminé un poco, a
través de la noche, sabiendo que
llegaría una vez más al río. Y ahí, era finalmente se veían algunas luces, donde
se hacía la fiesta, esa fiesta de la cual se hablaba en la casa. Iban llegando personas
con trajes de noche, con vestidos brillantes, con máscaras, como en un carnaval
veneciano. Y después de todo ¿persona no quiere decir máscara? ¿y quiénes se
ocultaban detrás de las máscaras? Esperar la llegada del amanecer, como
siempre, velado en los sueños, una espera dulce y expectante como la de una
madre que espera un niño, luz de día,
luz tan esperada.
Y de pronto el sol en el
río, apenas una luz, los pájaros cantan y a lo lejos veía de nuevo
al hombre de los globos de azúcar rosado sostenidos como si fuera un gran
manojo de flores o un árbol. ¿Correr una vez más para buscar un algodón de azúcar? el sol ya
estaba en lo alto y algunos reflejos asomaban
en la superficie del río, soles diminutos.
La música de Serú Girán,
sonaba Canción de celeste, empecé a caminar tapándome los oídos, sin
advertir que el camino me iba llevando
hacia el mismo lugar. Y como Sísifo, debería llevar una piedra, un día, una vez
más.
(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
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