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martes, 25 de enero de 2011

El examen




















tapa del Suplemento La Palabra




El examen*




La pollera corta, el pelo largo, había ingresado en la facultad a cursar una carrera árida, tremendamente árida y con mucho futuro. Su modelo era la protagonista de un relato fantástico, cosa que le permitía fantasear a lo largo y a lo ancho de su imaginación con todas las posibilidades.

Había pasado la última semana estudiando todos los días en la biblioteca. Los próximos exámenes eran difíciles. Análisis matemático, álgebra, estadística, series convergentes, divergentes, término general, infinito, palabras, palabras que se convertían en números y números convertidos en palabras. Lenguajes, sistema binario, sistema hexadecimal, cuántas cosas nuevas había aprendido.

Sabía que los bits, unidades de información, podían ser unos o ceros, los bytes compuestos de bits, se componían de ceros y unos, unos y ceros. Y esa sería la forma de guardar la información, de poder utilizarla cuando se quisiera, de poder estudiarla, procesarla, de lograr así que las personas no dedicaran todo su tiempo al trabajo en tareas mecánicas y repetitivas y tuvieran más tiempo libre, para ser más libres. Eso era tal vez lo que la alentaba a seguir, a pasar horas en la biblioteca, sacrificando el tiempo, robándolo a otras cosas, como hacer un deporte, nadar, leer literatura, cosa que nunca había dejado de hacer.

Se entretenía, como un solaz, con algunas novelas: García Márquez, Cortázar, Manuel Puig, estaban ahí a su alcance, en los estantes. De García Márquez había leido últimamente La cándida Eréndira. De Puig, La traición de Rita Hayworth, de Cortázar, Octaedro. Este último libro se lo habían prestado a su padre, una amiga que vino de afuera, desde otro país y el libro andaba circulando de aquí para allá.

Para dar el examen se había preparado bien, al menos eso pensaba. Tanto estudiar las series y el término general, a veces lo de convergencia y divergencia y si el término general tiende a cero o a infinito, la hacían pensar. La profesora que iba a tomar el examen era licenciada en matemáticas. Era una mujer grande, o al menos eso le parecía a la protagonista de esta historia. Es que ella era tan joven que todas las demás personas le parecían mucho mayores. A la licenciada se le empezó a notar la panza mientras explicaba algún teorema en el pizarrón.

Quién sabe por qué, la mujer empezó a explicar un día que no llevaba bien su embarazo. Casi no comía porque le daba náuseas. Y lo decía mientras fumaba y tenía una tiza en la mano para escribir en la pizarra. Y la licenciada era tan inteligente que daba gusto escucharla. Y escribía signos, números y hablaba de las series.

A muchos de los alumnos que iban a la facultad con ella, les fascinaba la idea de que esa mujer, la profesora, supiera tantas cosas, y las supiera explicar con tanta rapidez, tanta, que a veces no había tiempo de copiar lo que ella escribía en el pizarrón. Un día, los alumnos, los compañeros de la protagonista de esta historia, le habían pedido especialmente que demostrara cómo se llegaba al número pi.

A la protagonista de esta historia la sacaba de quicio quedarse después de hora para que esta mujer demostrara tal habilidad. Con los teoremas que ya había explicado le parecía que todo eso era suficiente, que tenía demasiado para estudiar. Pero a la profesora de matemáticas nada, ningún tiempo, ni el de ella ni el de los alumnos, parecía alcanzarle para seguir explicando los misterios del universo reducidos a números.

A la protagonista de esta historia, le gustaba además de estudiar, el aire libre, el sol, el río, las plantas, los deportes, la literatura. No le preocupaba entonces la cuadratura del círculo.

La profesora demostró frente a toda la clase cómo se llegaba al número pi. Lo hizo mediante una serie de cálculos que dejó boquiabiertos a unos cuantos. También a la protagonista de nuestra historia. Pero además de esa demostración matemática, la licenciada no ahorró pormenores durante la clase acerca del maltrato que inflingía a su cuerpo. Casi no comía y fumaba, fumaba en clases y fuera de ella. Había subido muchos pisos por las escaleras porque el ascensor de la facultad no andaba. Tenía náuseas. No podía comer.

A la protagonista de nuestra historia le parecía que esta mujer no estaba bien de la cabeza. Tanto hablar del número pi hasta se había olvidado de comer. ¿Por qué no se tomaba un descanso y se quedaba en su casa? A la protagonista de nuestra historia le parecía que la vida, la verdadera vida, pasaba por otro lado. Hacía poco había estado leyendo algunos cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy Casares. Le habían fascinado. Le gustaba pensar en seres extraordinarios, en cuentos extraordinarios, en cosas extraordinarias. Y no tanto estar encerrada en la biblioteca estudiando, como todos esos días, antes del examen.

El examen quedó pendiente. Los sucesos históricos y políticos habían hecho que la facultad estuviera cerrada. Pasó el verano intenso, pasaron las vacaciones, las hojas de los árboles reverdecieron y se secaron. Y la protagonista de esta historia volvió a prepararse para el examen. Nuevamente el término general y la serie, infinito, teoremas, fueron palabras que ocuparon su mente durante muchos días y muchas noches. Alternándolo, claro, con la lectura de la mejor literatura que se escribía en ese tiempo.

El día del examen amaneció nublado. Se había levantado temprano, antes del amanecer para repasar. Esas series de números que tendían a cero o a infinito se le habían ya tornado en problema. Y las fórmulas, y el término general, y tantas cosas que la profesora había explicado…

Sabía que los misterios del universo no se le develarían conociendo esas fórmulas porque los misterios del universo eran muy difíciles de conocer, pero también sabía que al recibirse podría conseguir un buen trabajo.

Al llegar la hora del examen la protagonista de esta historia se sorprendió un poco ver llegar a la profesora. Estaba mucho más avejentada, tenía peor aspecto que antes. Y como siempre, fumaba.

El examen empezó con total normalidad. Primero fue el escrito. Después llamarían a oral.

Nuevamente la protagonista de esta historia, que había ido vestida a la facultad como ese personaje del cuento fantástico que admiraba, con la pollera corta y el pelo largo, había tenido que pensar en el infinito, en el cero y en el término general de la serie, entre otras cosas.

La profesora recibió el escrito y la hizo pasar al frente. Ahora, dijo, me va a demostrar por qué la serie es convergente.

La protagonista de esta historia miró a la profesora a los ojos, la miró de arriba abajo y entonces se le ocurrió la pregunta, pregunta que casi enseguida se dio cuenta que no debería haber hecho o debería haber hecho en otro momento: ¿qué tuvo, nena o varón?

Nada, dijo ella, nada, casi cerrando los ojos.

La protagonista de esta historia se quedó frente a ella en silencio, interrogándola.


Nada, tuve, dijo, nació muerto.


*cuento publicado en el Suplemento La Palabra del diario La Opinión, (Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina - abril de 2012)




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados







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